La pequeña extravagancia que albergas
Todos guardamos dentro una rareza, una costumbre, un deseo, algo que nos gustaría vivir y ver que nos separa de nuestro yo diario. ¿Te da miedo admitir que tu extravagancia sería un viaje a...?
Uno de mis libros/películas de Disney favoritos cuando era pequeña (y en realidad, ahora también) es Alicia en el País de las Maravillas. Encontré el libro por primera vez en casa de unas primas de mi madre, una casa en la que me aburría muchísimo porque no me dejaban jugar a nada pero en la que, a cambio, me entretenía abriendo cajones y ojeando libros de todo tipo. Como no hacía ruido, pues no se enteraba nadie. Tanto el libro como la película comenzaron generándome una mezcla entre miedo y atracción. Se de muchos y muchas a los que la peli nos da bastante mal rollo, supongo que porque los personajes no tienen ninguna norma y además, son bastante hostiles con Alicia, cosa rara en una película de dibujos, lugares donde hasta las ratas, las tazas y los armarios cantan canciones buenrrolleras.
Podría señalar durante horas detalles y frases que me fascinan de esta historia de locura total pero como luego me acusan de dar la turrita por mail, me voy a centrar solo en una: Alicia se enfrenta como “niña normal” a un ejército de seres absolutamente extravagantes que la confunden y la atraen hasta el punto de que cuando vuelve, encuentra “aburrido” que la vida siga su curso habitual.
Extravagante como raro, difícil, incomprensible en un mundo políticamente correcto, definido, concreto…
Quiero pensar que todos tenemos nuestras extravagancias. Pequeñas, sin duda pero interesantes porque sin quererlo, nos definen. Qué aburrido sería todo si no nos saliéramos del cuadro de vez en cuando, ¿no? Yo, la primera. Llevo un mechón de pelo azul hace 7 años, un día lo dejé todo para dar la vuelta al mundo y no soy capaz de hacer entender a la gente los zapatos que me compro…
Mi amiga C. estudió neurociencia para afrontar la ansiedad de la crianza. Y vuelve a casa del gimnasio ya duchada y en pijama. Mi querida L. se relaja limpiando, que a mi me resulta incomprensible. La extravagancia de S. es coleccionar miniaturas de perfumes (bueno, y comprar los bañadores más feos de la galaxia) J. asegura que afeitarse con brocha es uno de los más increíbles placeres y tiene más de 20 brochas en casa, algunas hechas a mano para él. M. diseña libros de colorear con inteligencia artificial. Y mi admirada A. tiene una mochila para sobrevivir al fin del mundo debajo de la cama.
Y diréis, limpiar no es una extravagancia. Pero lo divertido no es el hecho en sí sino que provenga de una determinada persona, de la que no te esperas según qué manías (o TOCs, como se ha dado en mal llamar ahora) La gran mayoría diréis que no tenéis pero no es verdad, pensadlo bien…
Me sé más, por supuesto, mías y de otros, y más oscuras porque del terreno de las extravagancias pasamos a los fetiches en un momento. Pero de esas no hablo, se quedan en mi Las Vegas particular, como no cuento los móviles que han perdido dos, de los que no me atrevo a poner ni las siglas, por no mantener los pantalones en su sitio en los baños de los bares. Cada uno con sus cosas.
Cuando yo era pequeña, viajar era una extravagancia. En mi clase, solo salía de España en verano un niño, Víctor, porque su padre era piloto. Me acuerdo perfectamente del año que fue a China. Qué impacto. Con el turismo de masas, viajar ha perdido ese halo. Ya no eres tan especial, tan diferente, tan extravagante si te vas al Algarve. Ahora hay que irse mínimo a Tokio y contarlo en redes. Pensar que el único viaje diferente que se puede hacer es ir a Japón es tan absurdo como signo de nuestros tiempos.
Diréis que la absurda soy yo, que pierdo la vida por salir de mi frontera madrileña en cuanto hay una mínima oportunidad. Sin duda, soy bastante absurda. Pero yo no viajo porque otros me vean, ya veis lo que he publicado en instagram de todo lo que hemos hecho. Viajo porque otra de mis rarezas es querer saberlo todo, capricho que lleva aparejado el castigo de la limitación, como ya os imaginaréis.
Me gustaría enseñar a otros, a ti si quieres, a convertir ese viaje que ven normalito en la más extrema de sus extravagancias. Y no hace falta hacer puenting ni comer escorpiones. Ni recorrer miles de kilómetros. Basta con preguntarte, ¿qué quieres vivir en ese sitio? ¿para qué vas? ¿por qué lo has elegido? ¿qué puede hacer este sitio para sorprenderte, para cambiar tu mirada, para enseñarte algo, para relajar la ansiedad de la rueda del hamster? Puede ser que te de cosica admitir que lo que quieres es hacer una inmersión en los misterios del canto gregoriano. Pero es que esa es tu historia. Así, hasta Alpedrete puede ser extravagante porque lo que vas a buscar tú es raro para otros. Igual no luce en instagram pero eso ya es otra historia.
La última y definitiva de mis extravagancias por hoy es decir adiós a esta newsletter. Si, me despido porque ya no tiene razón seguir dando la brasa por aquí. Tenía su sentido pero ya está cumplido. No voy a dejar de escribir, aunque no me creáis, porque ahora tengo tiempo, ganas y el cerebro a 200. Pero en otro sitio, en la newsletter de Tu Viaje por Libre, a la que vais a ser automáticamente transferidos. Que nadie entre en pánico, os podéis borrar en cuanto os llegue el mensaje de bienvenida. Pero creo que os gustará darle una oportunidad. Ya me entenderéis.
Me despido entonces no sin antes enseñaros la nueva web, que ya está en el aire y que crecerá poco a poco. La guía que prometí a los que rellenaron la encuesta ya está camino de sus buzones así que no me dejo nada por hacer. Os doy las gracias porque ha sido un placer dedicar este tiempo a estas líneas, gracias por darme razones para hacerlo y por dejar que piense cosas imposibles, como ganarme la vida planificando viajes.
Alicia se rio. –No sirve de nada intentarlo –dijo– uno no puede creer cosas imposibles.
–Juraría que no tienes mucha práctica –dijo la Reina–. Cuando tenía tu edad, siempre practicaba durante media hora al día. De hecho, siempre he creído no menos de seis cosas imposibles antes de desayunar.